Belarús
08.08.22

Belarús: “Los policías se llevaron hasta mi anillo de boda”

En 2020, Zmicer Khvedaruk, estudiante de teología bielorruso de 34 años, participó en las manifestaciones pacíficas que siguieron a las elecciones presidenciales de agosto, consideradas amañadas por muchos. Posteriormente, su participación se limitó a prestar ayuda humanitaria a las familias de los detenidos por motivos políticos. Ni él ni su esposa esperaban lo que vino después.

¿Qué les ocurrió?

El 8 de diciembre de 2021, alrededor de las 9 de la mañana, se oyeron golpes muy fuertes en la puerta de nuestro apartamento en Minsk y voces que gritaban "¡Abran!" en ruso. Mi mujer y yo estábamos aterrorizados. Sabíamos que detrás de la puerta podía haber gente armada que podría comportarse de forma muy violenta, ya que el respeto al estado de derecho había desaparecido.

Mientras la gente de fuera intentaba derribar la puerta con un mazo metálico, conseguimos avisar a algunos amigos de que "venían a por nosotros". Fui a abrir la puerta con una Biblia en la mano, con la esperanza de que eso calmara a los que estaban fuera. Había unas ocho personas con cascos, escudos y fusiles de asalto. Me ordenaron tirarme al suelo y empezaron a golpearme, riéndose de mi Biblia. Luego me pusieron contra la pared, me golpearon en la espalda, las piernas y los riñones y me insultaron.

Sentí pánico por mi mujer, que estaba detrás de nuestra cama, pero gracias a Dios, no la tocaron.

¿Qué pasó después?

Registraron el apartamento y se llevaron nuestros teléfonos y ordenadores portátiles. Mientras tanto, no dejaban de golpearme y de gritar insultos, incluidos antisemitas. Habían visto la estrella de David en nuestro árbol de Navidad, con una imagen de la Virgen María, José y un burro, y preguntaban si éramos judíos.

Me esposaron y me pusieron al cuello una bandera blanca-roja-blanca (los colores de la antigua bandera bielorrusa utilizada por la oposición democrática), que utilizaron para estrangularme repetidamente. Me obligaron a entrar en un monovolumen, de rodillas, con una granada aturdidora junto a mis genitales.

¿Cómo reaccionó su familia ante su detención?

Ese mismo día, mi mujer descubrió que estaba embarazada. Intentó averiguar dónde estaba detenido y se enteró por Internet de que me iban a juzgar.

Me llevaron al GUBOPiK (departamento de policía "antiextremista", tristemente célebre por su papel en la represión de las protestas), donde me filmaron mientras me obligaban a "confesar" haber sido detenido en 2020 por participar en las protestas. Publicaron el vídeo en un canal de Telegram favorable al régimen. Mi mujer se las arregló para encontrarme un abogado, una tarea difícil, ya que la mayoría de los abogados independientes habían sido inhabilitados, habían perdido su trabajo, habían sido encarcelados o habían abandonado el país. Ninguno de los dos creía que nos fuéramos a ver pronto.

¿Qué le ocurrió durante la detención?

Me condenaron a 15 días de arresto y me llevaron al infame centro de detención de Akrestina. Éramos 17 personas en una celda para cuatro, sin ventilación. Hacía tanto calor como en una sauna, a pesar del frío. No se nos permitía tumbarnos en las literas metálicas durante el día. No había colchones ni almohadas, ni teníamos derecho a ducharnos o a caminar. Los guardias pasaban lista tres veces por noche, y a veces realizaban registros. La luz estaba encendida permanentemente. Los interrogatorios podían durar horas y nos decían que no teníamos futuro. A los presos, incluso a los que tenían enfermedades crónicas, no se les permitía recibir medicamentos, oficialmente debido a las "restricciones de Covid-19".

A pesar de todo esto, había mucha solidaridad en la celda, y la gente intentaba protegerse entre sí. Los detenidos pronunciaban charlas sobre su especialidad, ya fuera teología, historia, física, etc.

Finalmente le liberaron.

No esperaba que esto sucediera. Desde mi detención, me habían dicho repetidamente que estaría en la cárcel durante mucho tiempo. Pensé que mi mujer tendría que criar sola a nuestro hijo. El 23 de diciembre me pusieron en libertad. Decidimos que sería más seguro salir del país antes de que se abriera una causa penal contra mí. Como las fronteras con Polonia, Lituania y Letonia estaban cerradas y no había vuelos, tomamos un autobús hacia Ucrania.

El 1 de enero llegamos a Kiev. A salvo, juntos. Pero sin mi anillo de boda, que la policía también me quitó y nunca me devolvió.

¿Cómo se sobrelleva el trauma psicológico?

Extrañamente, fue más fácil en la cárcel que después. En aquel momento, estaba preparado para afrontar los cargos penales, y mi ánimo estaba alto gracias al apoyo de mis compañeros de celda. Después de mi liberación, tuve dificultades para dormir. Por la mañana, esperaba constantemente que alguien viniera a forzar la puerta. En la calle, la visión de un monovolumen me hacía entrar en pánico. Más de siete meses después, todavía tengo ataques de pánico algunas mañanas, a pesar de estar en un lugar seguro, ya que mi mujer y yo nos trasladamos a Varsovia justo unos días antes de que Rusia invadiera Ucrania.

Luego está el sentimiento de traición: estoy a salvo, pero he dejado atrás a otros que sufren en la cárcel. Es un tema muy duro. Encuentro algo de consuelo en la oración, pero es difícil.

Creo que empecé a recuperarme a finales de julio, el día que nació mi hijo.

Belarús ha desaparecido casi por completo de las noticias internacionales. ¿Qué le gustaría que el público supiera sobre lo que está ocurriendo allí?

Entiendo que la atención se ha desplazado a la guerra en Ucrania y a la catástrofe humanitaria que se está produciendo allí. Pero es importante recordar que nuestro régimen sigue atormentando a la gente de a pie, que vive con el temor de perder su trabajo, su libertad o incluso su vida. Y es una cuestión regional. Me gustaría que la gente prestara atención al caso Autukhovich, un juicio en curso contra los partisanos "ferroviarios" que destruyeron material ferroviario para impedir que los vehículos del ejército ruso pasaran de Belarús a Ucrania. O el caso de la periodista Katsiaryna Andreyeva, que fue encarcelada a finales de 2020 por retransmitir en directo las protestas contra la muerte a golpes de un manifestante pacífico. Su condena acaba de ampliarse.

Ya sea en Belarús, en Myanmar, en China o en cualquier otro lugar, no debemos permitir que se vulneren los derechos humanos.